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En el Instituto Gubel de Asistencia, Investigación y Docencia en Hipnosis, Psicoterapias breves y Medicina psicosomática, explican lo siguiente:

“Cuando la relación mente cuerpo ve alterada su armonía debido a emociones displacenteras, sentimientos negativos, modificaciones del ciclo vital o situaciones de alto impacto emocional generadoras de estrés, inevitablemente se produce un impacto, que puede representarse en forma de síntomas o enfermedades psicosomáticas.”

Y en un espacio terapéutico, está colocado este cartel:

Muchas veces:

El resfrío “chorrea” cuando el cuerpo no llora. El dolor de garganta “tapona” cuando no es posible comunicar  las aflicciones. El estómago arde cuando las rabias no consiguen salir. La diabetes invade cuando la soledad duele. El cuerpo engorda cuando la insatisfacción aprieta. El dolor de cabeza deprime cuando las dudas aumentan. El corazón afloja cuando el sentido de la vida parece terminar. La alergia aparece cuando el perfeccionismo está intolerable. Las uñas se quiebran cuando las defensas están amenazadas. El pecho aprieta cuando el orgullo esclaviza. La presión sube cuando el miedo aprisiona. Las neurosis paralizan cuando el niño interior tiraniza. La fiebre calienta cuando las defensas explotan las fronteras de la inmunidad.

¿Qué pequeñas tragedias  estás silenciando? ¿Cómo lo está expresando tu cuerpo?

Hay una vocecita interna, que desde nuestros deseos más profundos se animan a susurrarnos al oído qué queremos contestar, qué nos gustaría hacer, a quién no quisiéramos darle ni la hora. Pero los mandatos sociales muchas veces nos decretan  acallar esa voz. Y lo que no se expresa con los labios se expresa con la piel, con los órganos internos, con los huesos, con la sangre y el alma.

A veces, con la mejor intención, los amigos y la familia no alcanzan a comprendernos profundamente, y se deshacen en consejos que no siempre responden a la voz que nos alienta para hacer otras cosas. Por eso es necesario a veces saber con quién hablar, dónde, cuándo, cómo y para qué. Es necesario que alguien nos acompañe para organizar nuestras propias ideas, devolverle el equilibrio al sistema nervioso y a las emociones, para recuperar nuestro paraíso perdido, y con él la posibilidad de ser feliz.

Y hay una fuerza de voluntad a la que alentar para  que se vuelva a poner de pie, para que los cambios se produzcan, y el cuerpo empiece a sanar todos sus ámbitos. Hay una comodidad aplastada en el sillón a la que sacudir para que podamos canjearle a la vida felicidad por penas.

Eso sí, no se trata de expresar todo lo que sentimos sin importar el impacto emocional en el otro.

La doctora Graciela Moreschi, médica psiquiatra de la Universidad Nacional de Buenos Aires, opina que así como no sirve contener el enojo, tampoco es útil convertirlo en una persecución vengativa contra quién lo provocó, no sólo porque empeoraría nuestras relaciones, sino porque se pierde el objetivo. Quien persigue a su oponente, desplaza su foco de atención hacia él y pierde de vista el objetivo primordial, que es sentirnos bien con lo que pensamos, decimos y actuamos.

No es fácil lograr que la balanza se equilibre. Pero vale la pena intentarlo, cuando se trata de salud. Tantas manzanas en el platillo de mis opiniones y deseos, y tantas manzanas en el del respeto al otro, que es parte del todo que habito. Porque si se enferma mi relación con el otro, posiblemente mi piel lo exprese si me hago el desentendido: me generará un prurito, una alergia, una eczema o un simple enrojecimiento.

Así que hoy te propongo hacer el más cuidadoso de los silencios. Para que en ese oasis  vuelvas a escuchar lo que tus gritos callados alguna vez se animaron a decirte y te hiciste el sordo. Volvé a pensar si le hiciste caso a esa voz que te decía para que servís, en qué te desempeñás mejor, qué te hace sentirte pleno. Nunca es tarde para abrir las orejas y expandirlas, volver los pasos perdidos hacia atrás y tomar esa ruta que esquivaste y que ahora sí puede llevarte a la playa que soñaste.

Prof. Clor. María Susana Huber

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